martes, 22 de junio de 2010

EL GRITO DE UN FUTURO ANCIANO


CASITA DE CAMPO foto Pedrito Guzmán


Carlos Castro Medina


Siempre pensé que mi juventud era eterna. ¡Qué presente tan placentero el de ser joven…! Pero el día que vi a mí madre tirada en una cama como un pedazo de carne depositado en la carnicería, mi alter ego dijo: “como pasa el tiempo” mister Carlos, un instante quizás y la juventud se fue.”
No hay manera de no ver en el estado actual de mi madre, dolor sobre el dolor, lo que me espera a mí de llegar a ser anciano: la pesadez de un cuerpo cansado, el aliento que una vez fue dulce y le dio sentido al beso, ahora es ácido.
El contacto con el estado anciano de mi madre ha derrumbado esa ilusión de creer que todavía soy joven. Mi cuerpo será como el de ella: un cadáver con aliento, unos cuantos recuerdos moviéndose como piezas de un rompecabezas imaginario para inventar un presente que solamente es dolor y quejas.
La mente vieja funciona sobre la base de recuerdos, no existe el presente activo de placer y afanes. No hay vida, la socialización es casi nula, los momentos de dolor superan los instantes que dan razón a esta existencia narcisista y vanidosa. El universo real de un anciano no pasa de la cama a estar sentado.
En la familia se habla de mi madre como se habla de los ancianos, en un tiempo extraño sin conjugación precisa, nos referimos a su época como si ella ya no existiera, sin reparar que esa mujer un día fue joven. Vemos en ella una cosa inerte que caga, come y no para de quejarse de su dolor eterno. A penas percibimos la realidad inmediata de un cuerpo tirado en una cama, esperando, no a Godot sino a la muerte. No se habla de ella como alguien que en algún momento no fue así, creemos que eternamente ha sido anciana.
Ya quisiera uno saber como pasan las cosas, veinte, treinta años en un abrir y cerrar de ojos, decir, que ayer ella tuvo todo aquello que todavía tengo yo. Que rápido pasamos de un estadio a otro, de la fragancia del cuerpo a la soledad y la pesadez sin retorno, a la existencia dura como la de un adicto cualquiera, consumiendo fármacos para mantener una vida inútil en su esencia misma, sin placer, sin gratificación alguna, como si de algún modo hay que pagar el precio de haber sido joven.
“El dolor es grande y permanente, ya ni Dios ocupa un lugar en mi mente”, eso dice la vieja cuando cae en crisis.
El tiempo pasa y aunque lo neguemos buscando cosas que hacer para ser más jóvenes, el otro no pierde ni pie ni pisadas para denunciar que ya nuestro rostro no tiene la inocencia de ayer. Solamente ese contacto crudo con el otro nos desvela que nuestra anatomía está cambiando aceleradamente.
Si llegamos a ser ancianos, los días sucederán de una cama a otra, de la habitación de tu casa a la habitación del hospital, no hay vuelta atrás.
En la juventud buscamos desesperadamente el placer, las fiestas para confirmar con profunda alegría lo bueno que es estar vivo, en esa edad tu eres la vida. En cambio en la vejez, la vida se conquista día a día luchando con el dolor cercano a la muerte. Todo huele y sabe fúnebre, la comida, los medicamentos. Nada de lo que te mantiene vivo contiene la energía de lo vital. Eres un jodido bebé a la inversa, en cambio, en esa eterna juventud, comer, drogarse es placer en sí mismo, es la ilusión de ser mejor. La publicidad promueve la imagen de ser joven como una postal eterna, en cambio pocas veces la publicidad vende un mundo para mostrar los encantos de ser anciano, a no ser los cementerios que hoy se anuncian como el “Jardín de la delicia”.
El estado en el que está mi madre me ha dado una sola posibilidad: preparar un nicho en mi mente para cuando me toque estar así, si es que llego a ser un anciano.
Todo el que se sienta joven que goce a como dé lugar, más allá no hay opción porque la vida se va tornando dolor y quejas. Vivas o no vivas de forma placentera, en la vejez regresarás a la ontología de tu gran y único dolor: la soledad y el olvido. Poco será que perdiste un hermano o a un hijo comparado con estar postrado eternamente en una cama.
A todo se adapta la condición humana menos a ser eternamente viejo. Me imagino que no es fácil adaptarse a una sombra que te va doblegando, consumiéndote el cuerpo y la mente. La fortaleza que un día tuviste importa poco, terminarás siendo un esqueleto vivo. Poco a poco se te irá el mundo, tus experiencias serán borrosas. Te convertirás en el pánico de aquel que le tocó cuidarte porque lo someterás a una rutina peor que la que somete un bebé, esa criatura huele, es materia vívida, en cambio el anciano es una cosa inútil que en cualquier momento a él y a ti lo liberará la muerte.
Eres madre mía lo que seré yo, un olor rancio, el condenado bebé que también es rutina, caga, come, duerme, pero a él le besamos el culo porque el olor a vida siempre es fragancia, es capullo. A ti te cuidamos como se cuidan las cosas que contagian. No hay la menor duda, madre mía, la vejez se vive como si fuese una peste.
¿Madre mía, cuál es lujo de prolongar la vida cuando uno es anciano? Debería ser legal morirse cuando uno quiera y como uno quiera, un viaje de morfina sería ideal para llegar al eterno descanso desde el sueño mismo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

wao! esto es mas que una realidad... dijiste todo lo que somos y en lo que nos convertimos.

Unknown dijo...

wao! esto es mas que una realidad... dijiste todo lo que somos y en lo que nos convertimos.